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La Educación Inclusiva, comprendida como una acción incesante en su cometido de ser concebida e instrumentada en un plano de igualdad y a su vez de perfeccionamiento continuo, puede resumirse en la siguiente declaración formulada por Ignacio Calderón Almendros*, uno de los principales especialistas que ofrece el Programa de Promoción de la Educación Inclusiva en las Américas OEA-ORITEL.

“En esa tarea, hay que hacer que las transformaciones que desarrollamos sean sostenibles. Eso requiere de la participación. Una participación radical, en la que continuamente se está buscando la palabra de toda la comunidad para que se reformule lo que hemos hecho. Es decir, se trata de un proceso que nunca cesa, porque nunca se agota nuestra capacidad de mejorar los entornos educativos que vamos creando”.

En la siguiente entrevista, Almendros también se refiere a las demarcaciones que van dejando los Webinarios-Conversatorios desarrollados con los grupos de personas con capacidad para impulsar las transformaciones.

En ese sentido, deja sentencias como estas:

“La conversación que se viene generando entre estudiantes, familias, profesorado y administradores educativos está mostrando las graves desigualdades que atraviesan las escuelas”.

Calderón Almendros: “La colaboración ensalza nuestra humanidad, porque profundiza en la reconstrucción del continuo proyecto que somos y se asienta en nuestra interdependencia. Necesitamos a los demás”.

Durante las diferentes disertaciones que realizó en el marco de los seminarios de Educación Inclusiva OEA-ORITEL ha quedado de manifiesto su vigor y estatura intelectual para impregnar de vitalidad y fundamentos la premisa de que la construcción gradual hacia sistemas inclusivos en el área educativa sólo es posible con la apertura de procesos de participación de los actores e instituciones capaces de erigir la transformación.  ¿Cómo imagina que deberían promoverse esos procesos para que los mismos tengan un efecto contributivo y la perdurabilidad que podría garantizar conquistas y nuevas demandas? ¿Los Estados deberían garantizar la instalación y la coherencia de esos procesos?

Sí, por supuesto que los Estados tienen que garantizarlos, porque se trata del derecho a la educación, que es un derecho humano fundamental. No hablamos de un capricho. Es la posibilidad de que cualquier niño o niña pueda desarrollarse aprendiendo que es una persona correcta y que la sociedad en la que vive le acoge, le quiere y le educa. Esa mirada que habilita, es también una mirada que permite desarrollos de una sociedad aún por explorar, en la que los cuidados están por encima de los intereses del mercado. Por tanto, sí, lo público debe ser el garante del respeto a esos derechos, pero también tiene su papel protagónico porque los sistemas educativos no pueden significar la constatación de las desigualdades que aún existen en nuestras sociedades, sino la articulación decidida y éticamente guiada de procesos educativos que nos permiten crecer en nuestra humanidad, y que nos invitan a la transformación continua de nuestras relaciones y al cuestionamiento de las lógicas que modelan nuestras sociedades.En esa tarea, hay que hacer que las transformaciones que desarrollamos sean sostenibles. Eso requiere de la participación. Una participación radical, en la que continuamente se está buscando la palabra de toda la comunidad para que se reformule lo que hemos hecho. Es decir, se trata de un proceso que nunca cesa, porque nunca se agota nuestra capacidad de mejorar los entornos educativos que vamos creando. La participación de las familias, el alumnado y la comunidad más amplia junto al profesorado —el diálogo que se establece para ir más allá—, es lo que hace sostenible el cambio. Porque no es otra cosa que la reconfiguración personal, de nuestras relaciones, de la cultura y de la política en nuestras escuelas, y eso es lo que se altera con el diálogo y la participación en ellas: lo que valoramos, la relación educativa, lo que entendemos que debe ser aprendido, lo que apreciamos como una pérdida de tiempo… Todo eso es lo que tiene que ser reconstruido, frente a una tradición que dice que quien está mal es un niño o una niña. Por eso es fundamental que en el diálogo, las voces de quienes están atravesados por la desigualdad puedan ser elementos generadores de nuestros extrañamientos, reflexiones y acciones.

En más de una ocasión usted señaló que las barreras emocionales son las que ejercen una mayor resistencia para la consecución de iniciativas y cambios que conduzcan a la instalación de sistemas educativos que eliminen la desigualdad y la exclusión. Esas barreras ¿forman parte de las debilidades humanas, provienen de miedos, programas, intereses y dogmas inherentes a sociedades que tal vez visualizan el cambio como una amenaza?

Los seres humanos somos frágiles, sí, pero vivimos como si no lo fuésemos. También somos seres indeterminados, por lo que el cambio es algo no sólo lógico sino inevitable en nosotros, pero la sociedad está obsesionada por el control. Ese control se ejerce de muchas formas diferentes en las escuelas: el utilitarismo, la meritocracia, la obsesión por la productividad, la burocracia, las relaciones de dominación y control escolares, la homogeneización… Todas ellas nos deshumanizan, porque van limitando el proyecto indeterminado que somos. Y los docentes no somos externos a esto: lo hemos vivido desde nuestra propia infancia como estudiantes, y hemos aprendido a habitar la escuela de acuerdo a lo que se entiende legítimo por la institución. Salir de eso implica confrontar los condicionamientos que nos han hecho ser como somos: hemos aprendido a seguir las normas para no ser expulsados de “lo normal”, “lo correcto”, convirtiéndonos a la vez en agentes excluyentes para otras personas. Salir de ahí supone ver que muchas de las cosas que hacemos no son buenas, a pesar de que la institución las haya legitimado. Tomar conciencia de eso es algo enormemente doloroso, más aún si viene acompañado de la incomprensión de la institución e incluso el vacío de los colegas. No se trata de un proceso sencillo, pero es posible. La solución viene por la superación de los límites de la lógica racional individualista que embarga la sociedad y la escuela, a través del diálogo y la colaboración, que cuestiona las perspectivas basadas en la eficacia y la productividad. La colaboración ensalza nuestra humanidad, porque profundiza en la reconstrucción del continuo proyecto que somos y se asienta en nuestra interdependencia. Necesitamos a los demás. No hay una única forma de estar en las escuelas, pero necesitamos hacerlo como proyecto colectivo. En esa tarea el alumnado y las familias pueden ayudarnos de una forma excepcional.

Cuando finalicen los Webinarios de Educación Inclusiva OEO-ORITEL ¿qué nuevos estímulos e insumos esperaría obtener para proseguir con este apasionante recorrido que honra los Derechos Humanos más supremos?

En realidad los estamos teniendo desde el inicio de este proceso. La conversación que se viene generando entre estudiantes, familias, profesorado y administradores educativos está mostrando las graves desigualdades que atraviesan las escuelas, pero también el movimiento que se viene generando para contestarlas, y particularmente la potencia con la que vienen empujando los y las estudiantes, que con sus vidas están empujando los límites de las identidades legitimadas. Son pugnas que están llevando a cabo en sus vidas cotidianas, desafiando las fronteras de lo normal, de lo adecuado y de lo correcto, y construyendo consciencia en terrenos inexplorados. Por ejemplo, las alianzas interseccionales, que tienen en cuenta las diferentes opresiones que se entrecruzan en las escuelas (por género, capacidad, nacionalidad, clase social, orientación sexual, etnia, etc.) han abierto todo un campo que permite reconocer la naturaleza política de la vida cotidiana, despatologizar las diferencias (incluida la discapacidad), y posibilitar la lucha conjunta por los derechos humanos en las escuelas.

Los, las y les jóvenes nos han mostrado que hay esperanzas. Y que todo cambia, a pesar de que nos empeñemos en lo contrario.

 

*Profesor de Teoría de la Educación en la Universidad de Málaga (España). Investigador sobre la diversidad y los procesos de exclusión e inclusión educativa, miembro del Grupo de Investigación ‘Teoría de la Educación y Educación Social’, Asesor Científico en el Área de Educación de la Federación Iberoamericana de Síndrome de Down y de la Red Regional para la Educación Inclusiva.

Integra el equipo de expositores internacionales que participa en el “Programa de Promoción de la Educación Inclusiva en las Américas” OEA-ORITEL